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Florencia, mediados del siglo XVI. Lucrezia, tercera hija del gran duque Cosimo de’ Medici, es una niña callada y perspicaz, con un singular talento para el dibujo, que disfruta de su discreto y tranquilo lugar en el palazzo. Pero cuando muere su hermana Maria, justo antes de casarse con Alfonso d’Este, primogénito del duque de Ferrara, Lucrezia se convierte inesperadamente en el centro de atención: el duque se apresura a pedir su mano, y su padre a aceptarla. Poco después, con solo quince años, se traslada a la corte de Ferrara, donde es recibida con recelo. Su marido, doce años mayor, es un enigma: ¿es en realidad el hombre sensible y comprensivo que le pareció al principio o un déspota implacable al que todos temen? Lo único que está claro es lo que se espera de ella: que proporcione cuanto antes un heredero que asegure la continuidad del título. Con la misma belleza y emoción con las que nos cautivó en Hamnet, Maggie O’Farrell vuelve a demostrar su inigualable talento para adentrarse en los recovecos del pasado en El retrato de casada, una novela que reinterpreta desde la ficción un capítulo de la Italia renacentista y narra la lucha contra el destino de una joven asombrosa.
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Me dormí enfadada.
Lo primero es que estuve casi hasta la 1 leyendo en el frenesí del final, ya sabiendo lo que venía, oliéndome ese cambio desde que Lucrezia se comparó con Emilia, casi ansiándolo porque, después de conocer tanto a la nueva duquesa de Ferrara, no me veía capaz de verla en el futuro que se le veía encima, incluso a costa de la dulce hermana de leche que la cuidaba con tanto cariño, tanto cuidado.
Cuando terminé leí las notas de la autora, lo que pasó con Isabella y su prima, y pensé en cuántas más niñas y mujeres acabaron muertas a manos de sus maridos porque no les daban herederos, porque se cansaban de ellas, porque querían otro matrimonio y otra dote. Que rabia, que dolor, incluso a pesar del espejismo del final "feliz".
Hay algo tan dulce, tan visual en cómo está escrito que te hace meterte dentro de la narrativa desde el principio. Empecé la lectura en un tren sin saber de qué iba y al ver la época y situación quise renunciar, pero las horas muertas del viaje me hicieron seguir y enseguida acabé devorando capítulo tras capítulo.
Aromas, texturas, colores, luz... Es precioso como se describen las escenas, como Lucrezia aborda el mundo desde su intención de pintarlo, de entenderlo, de darle forma. Todo se hila para crear el personaje, la humanidad de Lucrezia y su alrededor, que acabas llena de cariño por ella y viéndote en su curiosidad y rebeldía.
Ojalá poder expresarme la mitad de bien que lo hace Maggie O'Farrell.
Lo que hace Maggie O’Farrell al escribir es pictórico, es musical, es cinematográfico, es químico, es sin duda mágico.
He disfrutado cada página atrapada entre palabras. Te lleva en un vaivén de sentimientos del que es imposible escapar.
Maggie es simplemente necesaria.