Novela corta, sencilla y que atrapa. Se lee en un par de sentadas y es sumamente fácil de seguir. De esas novelas perfectas tras algún libro tedioso o para llevar en el bolso y leer en los ratos libres.

El retrato de la ciudad es claro, sin caer en demasiadas descripciones -me repito, sencillez en la lectura- y mostrando las costumbres de la época y el lugar de manera cercana y humana, sintiéndose uno un espectador cercano a los personajes y sus hogares. Algunos personajes quedan en la distancia, eso sí, y se ansía el poder saber más de ellos, aunque fuese tras la mirada de Griet.

El lenguaje que compaña la obra pictórica me resultó fascinante, desde el material como los lienzos y pinceles hasta la preparación de la pintura y la extracción de los colores. Bellos pasajes que a cualquier persona, en especial si está interesada en la pintura y el arte le resultará agradable.

Sí que he de decir que la relación de Griet con Pieter me resultó algo repulsiva en ciertos momentos. Si bien soy plenamente consciente de que esa era la realidad de las mujeres hace un par de siglos, no puedo evitar sentir repulsión al ver retratada una relación en la que una parte no es del todo consensuada. «Le dejé hacer» no es, ni de lejos, un sí. Y si no es un sí, es un no rotundo, no hay intermedios. Ser mercancía no compagina con ser mujer.

El final podría parecer abrupto si no se tiene en cuenta el papel de Griet: si bien es la protagonista, en realidad es el sujeto conector entre el contexto y la obra, que viene a ser el eje central de la novela.

De lo más agradable de la novela: consultar las obras de Vermeer y poder así adentrarse aún más en la lectura.