Layla Martínez

The house breathes. The house contains bodies and secrets. The house is visited by ghosts, by angels that line the roof like insects, and by saints that burn the bedsheets with their haloes. It was built by a small-time hustler as a means of controlling his wife, and even after so many years, their daughter and her granddaughter can’t leave. They may be witches or they may just be angry, but when the mysterious disappearance of a young boy draws unwanted attention, the two isolated women, already subjects of public scorn, combine forces with the spirits that haunt them in pursuit of something that resembles justice. Layla Martínez’s eerie debut novel Woodworm is class-conscious horror that drags generations of monsters into the sun.

Todas las casas guardan la historia de quienes las han habitado. Las paredes de esta casa perdida en el páramo hablan de voces que surgen de debajo de las camas, de santas que se aparecen en el techo de la cocina, de desapariciones que nunca se resuelven. Los vecinos reniegan de sus dos habitantes a la luz del día, pero todos acuden a ellas cuando nadie los ve. La abuela se pasa los días hablando con las sombras que viven tras las paredes y dentro de los armarios. La nieta vuelve a la casa tras un incidente con la familia más rica del pueblo. Ahora, desenredando la historia de la casa, se han empezado a dar cuenta de que las sombras que la habitan estuvieron siempre de su lado.

Las distopías reflejan nuestras ansiedades colectivas en el marco cultural de la posmodernidad. A diferencia de lo que sucedía en la modernidad, ya no creemos que el futuro esté ligado al progreso y vaya a ser necesariamente mejor. Se ha convertido en algo que nos produce miedo y ansiedad, así que creamos productos culturales que tratan de alertar sobre los riesgos de ir a peor, sobre los peligros que nos esperan a la vuelta de la esquina. Es lógico, pero el efecto combinado ha sido devastador. Los productos culturales reflejan la realidad, pero al hacerlo, también la crean. Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor. (…) Esto ha resultado enormemente funcional para el neoliberalismo capitalista, que ha utilizado la producción cultural de distopías a su favor, para mantener el orden actual y evitar los cambios. Si solo imaginamos un futuro peor, el presente nos parecerá admisible y no lucharemos para cambiar las cosas”. El futuro está cegado, no nos espera nada mejor de lo que hay. Esa podría ser la conclusión, a juzgar por los mensajes políticos, culturales y mediáticos que nos llegan cada día. Pero ante otros futuros igualmente oscuros, muchos y muchas decidieron imaginar mundos mejores y trabajar por ellos. En Utopía no es una isla, Layla Martínez recupera proyectos utópicos pasados que nos devuelvan la capacidad de imaginar y que nos guíen para construir un futuro en el que merezca la pena vivir.

Fenómeno literário em Espanha, Caruncho (2021) narra o regresso de uma neta, acusada de um crime, à casa rural da família e mergulha o leitor no coração de uma Espanha vazia, marcada por resquícios do franquismo, uma terra tão agreste e estéril como o destino a que condena as mulheres que nela vivem. Contada a duas vozes, pela jovem e pela avó, esta história de rancor e vingança é indissociável da memória do lar assombrado, de espectros que clamam justiça, entre quatro paredes sobre as quais pesam traumas herdados e décadas de violência e opressão. Um aclamado romance de estreia, com ecos de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, e de alguns contos de Silvina Ocampo, em que se entrelaçam terror, injustiça social e uma pesada herança familiar que, como o caruncho, corrói as protagonistas.