Chihiro, una joven que vive en Tokio, tarda en superar el dolor que le ha producido la muerte de su madre. Mientras recuerda a la peculiar pareja que formaban sus padres, pasa largos ratos mirando por la ventana… hasta que descubre a un muchacho que también pasa mucho tiempo mirando por su ventana. Lo que al principio era sólo un saludo, acaba convirtiéndose en amistad. Casualmente, también el chico, Nakajima, ha perdido a su madre, pero todavía se siente tan abrumado que ni siquiera puede hablar de ello. Nakajima parece herido irremisiblemente por la vida. El intento de Chihiro por ensamblar todas las piezas de ese rompecabezas que es Nakajima la conduce hasta dos amigos de él que llevan una vida monástica cerca de un hermoso lago.
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Leer a Yoshimoto es un viento fresco, a veces suave, a veces vendaval que arrasa con lo que se oculta en lo más profundo de nosotros. Suele exudar melancolía, tristeza, e incluso en la alegría esta se antoja fugaz, demasiado breve para poder regodearse en ella.
El libre habla del duelo, de la pérdida, de los recuerdos, de la compañía, e incluso del arte. Se antoja silenciosa, cautivadora, y una hermosa manera de pausar de la realidad.